EL SILENCIO DEL ORO NEGRO

Había una vez un cielo que cambiaba de color con cada momento del día. Al amanecer, se vestía de tonos suaves como un susurro; al mediodía, brillaba con fuerza, y al atardecer, se tornaba dorado y violeta, como un abrazo cálido. Pero un día, una nube diferente apareció. Era una nube con un misterioso brillo iridiscente, como los colores de un arcoíris atrapado en un charco.

Esta nube no era como las otras. Su brillo venía de un secreto que llevaba consigo: era un reflejo del "oro negro," un tesoro escondido bajo la tierra que los humanos habían encontrado. Este oro no brillaba en cofres ni en monedas, pero tenía un poder increíble. Ayudaba a mover coches, a encender luces y a hacer funcionar muchas cosas en el mundo. Sin embargo, el "oro negro" dejaba una huella silenciosa y oscura en el cielo y en el planeta.

A medida que la nube viajaba, iba dejando rastros de su brillo extraño en cada cielo que cruzaba. Los colores del amanecer y el atardecer empezaron a cambiar; el cielo seguía siendo hermoso, pero había algo diferente, un silencio pesado que parecía contar una historia. Las otras nubes, curiosas, le preguntaron a la nube brillante:

—¿Por qué tienes ese reflejo?

Y la nube respondió en voz baja:

—Soy parte de un secreto antiguo, un regalo que los humanos descubrieron, pero que no siempre usaron con cuidado. Mi brillo es el eco de ese "oro negro" que me dio vida, pero también una señal de todo lo que ha dejado en el mundo.

Las nubes comprendieron entonces que el oro negro no era solo un tesoro, sino también un recordatorio de cuidar el mundo y sus colores. Así, decidieron moverse juntas por el cielo, recordándoles a todos que lo más valioso no siempre es lo que brilla, y que el cielo y la tierra deben ser protegidos para que sus colores nunca se apaguen.